Viste de azul, con un precioso vestido de raso y satén. Adornada de discretas pero valiosas joyas y su abanico de plumas. Peinada a la moda y en un entorno apropiado a su clase social, aparece retratada Amalia Teresa Ramona de Llano y Dotres Chávarri y Gibert, nacida en Barcelona en 1821 y fallecida en 1874 en Madrid.
Nacida en una familia catalana burguesa dedicada al comercio, el segundo matrimonio de su madre la introdujo en la vida cultural de la aristocracia. A la temprana edad de 17 años Amalia se casó con Gonzalo de Vilches y Parga, gracias a lo cual se convirtió en condesa de Vilches y vizcondesa de La Cervanta.
Se movió dentro de círculos intelectuales en la ciudad de Madrid. Famosa por promover la cultura, sobretodo en el ámbito de la literatura y la música, eran bien conocidas las veladas en las que la propia condesa cantaba o participaba en obras de teatro, algunas de ellas desarrolladas en la casa de los Madrazo. Así nació su amistad con el pintor Federico de Madrazo y Kuntz, el cual le hizo este maravilloso retrato en 1853, que actualmente se puede contemplar en la pinacoteca del Museo del Prado de Madrid, legado por sus hijos.
Federico de Madrazo y Kuntz nació en una familia dotada para el arte, hijo y nieto de pintores, Federico desarrolló su producción artística en el romanticismo, un estilo claramente clasicista dentro del siglo XIX. Se formó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde obtuvo una pensión para viajar a París, con un amigo de su padre, el pintor Ingres. Esta combinación confluye en un estilo formal en el que predomina el dibujo y la intensidad del color, con especial atención a la iluminación que marca los contornos y las calidades de los materiales.
En el retrato de la Condesa de Vilches, el pintor consigue un aire completamente refinado, ayudado claramente por la modelo, prototipo de belleza de la época isabelina, alta, delgada, de piel clara y mirada limpia. La mirada, uno de los elementos que más resaltan en este retrato. No es la clásica mirada de los retratos franceses en los que Madrazo se inspira, es una mirada algo coqueta, con un cierto punto de picardía que no debería tener una mujer de la nobleza en público, pero que sin embargo en este retrato se da posiblemente por la gran amistad entre ambos. Amalia es tan elegante que sin perder su refinada posición consigue provocar al espectador solo con un matiz en su mirada, ayudada por el esbozo de su sonrisa juvenil.
Por varios motivos, este cuadro me recuerda al retrato de la Princesa de Broglie, de Dominique Ingres, pintado entre los años 1851 y 1853, casi contemporáneo al tratado de la Condesa de Vilches. Se trata de un retrato de una mujer de la alta nobleza, conocida por su gran belleza y timidez, representada como corresponde, con gran introspección y mostrando en su vestimenta y adorno su nivel social, muy similar al de Amalia de Llano.